Dios existe: evidencias científicas
Cosmólogos y biólogos presentan pruebas de que la vida surgió por la intervención de una Inteligencia Creadora
Por Miguel Pedrero
Este dilema –la existencia o no de una inteligencia creadora de la vida en la Tierra– constituye el más trascendente y encarnizado debate científico en la actualidad. De un lado del ring se encuentran los evolucionistas, para quienes la vida surgió como consecuencia de una serie de procesos naturales, en los que el azar jugó un papel fundamental. Al otro están los defensores de la teoría del diseño inteligente, cuyos «militantes» son científicos tan prestigiosos como sus oponentes. Argumentan que sólo la intervención de alguna clase de «diseñador inteligente» –sin entrar en mayores honduras metafísicas y/o espirituales– podría explicar el nacimiento de vida en la Tierra.
Durante décadas, los evolucionistas se agarraron desesperadamente a un experimento que todos hemos estudiado en la escuela. Sus responsables, en un lejano 1953, fueron dos científicos de la Universidad de Chicago: Harold Urey y Stanley Miller. Ambos crearon una mezcla formada por moléculas simples de metano, amoníaco, hidrógeno y vapor de agua, que introdujeron en una vasija con agua. Con ello pretendían emular la «sopa primordial», en la que presumían había nacido por primera vez la vida en la Tierra hace unos 3.800 millones de años. Acto seguido, sometieron la mezcla a una serie de chispas, a fin de simular los «rayos primordiales» que, según estos investigadores, actuaron como detonante para el surgimiento de la primera célula viva. Sin embargo, la realidad, despojada de toda grandilocuencia, es que únicamente obtuvieron simples aminoácidos, moléculas que deben ensamblarse para dar lugar a las proteínas, tan sólo uno de los «elementos» esenciales para el funcionamiento de una célula.
Hoy en día, hasta los más acérrimos evolucionistas saben que el experimento de Urey y Miller no explica absolutamente nada. Los aminoácidos nunca podrían haber dado lugar a proteínas porque deben ensamblarse uno seguido de otro en un orden preciso y determinado por la información contenida en el código genético de la célula –el ADN–, que es distinta para cada proteína. Pero es que, para más inri, la tendencia natural de los aminoácidos en un elemento acuoso no es unirse entre sí, como se ha comprobado repetidamente en el laboratorio…