¿Matar al Papa? Francisco en el punto de mira de mafiosos, masones y jerarcas de la iglesia

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“No querría que Bergoglio tuviera el mismo fin que Luciani”, afirmó el padre Gabriele Amorth este verano a la prensa. Con esta rotundidad, el exorcista expresaba su temor a que el pontificado de Francisco acabara tan prematura y bruscamente como el de Juan Pablo I. Y es que sus primeras medidas, encaminadas a apartar del poder económico a grupos de gran influencia en la plaza de San Pedro, han puesto su figura en el punto de mira.

Por Juan José Sánchez Oro

El fallecimiento de Juan Pablo I siempre ha estado rodeado de sospechas de asesinato ante las revolucionarias medidas económicas e inspecciones financieras que había ordenado realizar. Su muerte fulminante y sin autopsia –porque no acostumbra a practicarse en los papas– fue una bendición para cualquier presunto conspirador de la época.

Pero, si el padre Amorth recelaba del aciago final de Juan Pablo I, las actuaciones emprendidas por el recién elegido Sumo Pontífice, podrían también estar situándole en un disparadero similar. Así le consta al fiscal adjunto de Reggio Calabria, Nicola Gratteri, con más de 20 años de experiencia en la lucha contra la mafia. Según Gratteri, “el papa Bergoglio está desmontando los centros de poder económico en el Vaticano», circunstancia que ha logrado poner muy nerviosos a “quienes se han nutrido hasta ahora del poder y la riqueza que derivan de la Iglesia”. “No sé si la criminalidad organizada está en condiciones de hacer algo contra el papa –afirmaba el fiscal calabrés al diario Il Fatto Quotidiano–, pero ciertamente se lo están pensando”. “Puede ser peligroso”, insiste Gratteri. Para terminar añadiendo: “si los jefes mafiosos pudiesen ponerle una zancadilla, no lo dudarían”.

Y es que el nuevo mandatario de la Iglesia Católica no deja indiferente a nadie. Aunque, ciertamente, no es lo mismo irritar a un sacerdote preso de costumbres e ideales añejos que tocarle la cartera a un mafioso. Y Francisco está propiciando lo uno y lo otro.

En la figura del pontífice argentino han cristalizado las esperanzas y los sueños de innumerables creyentes y no tan creyentes. Pero también, ha empezado a protagonizar las pesadillas de quienes, hasta ahora, se movían entre las sombras del Vaticano pactando tratos sucios o malversando divisas con impunidad. No en vano, Francisco, como Jesús hiciera al llegar a Jerusalén, intenta expulsar a los mercaderes del Templo. Abrir las ventanas y sanear las tuberías para acabar, de una vez por todas, con ese submundo de intrigas y corruptelas que provocara la renuncia de su antecesor en la cátedra de San Pedro.

Pero a diferencia del fundador del cristianismo, Bergoglio no conoce los nombres de todos los traidores que le rodean. Las alcantarillas de la Santa Sede son tan profundas, extensas y hediondas que sólo a golpe de escándalo y detención policial empezamos a hacernos una ligera idea de sus enormes ramificaciones. Unas cloacas que llevan décadas a merced de los poderes oscuros del crimen organizado, la masonería financiera y la curia pontificia más desleal. 

 

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