Día: 2 enero, 2014
El arte de tener siempre la razón (y sus desventajas)
TENER LA RAZÓN NO ES NECESARIAMENTE LO MISMO QUE ESTAR EN PRESENCIA DE LA VERDAD.
Puede parecer un truco jedi o zen, pero la mejor manera de tener la razón es no participar en discusiones. ¿Pero quién puede resistir la tentación de mostrar sus mejores argumentos y de tratar de persuadir a los demás de que lo que nosotros pensamos es lo correcto? No importa que se trate de un thread de comentarios en una página web o de una cena familiar: hay gente que querrá tener siempre la razón, cueste lo que cueste.
¿En qué momento una conversación se transforma de un civilizado intercambio de ideas en una guerra de volúmenes de voz hasta que alguien comienza a insultar abiertamente al otro? Los manuales de retórica nos dirán que los argumentos ad hominem (aquellos dirigidos contra nuestro interlocutor de manera personal y no contra sus ideas o posiciones) son un recurso legítimo para ganar una discusión; sin embargo, el psicólogo Drew Westen demostró en un pequeño experimento que el ganar una discusión deja inmovilizada nuestra capacidad de pensamiento lógico y razonamiento; en otras palabras, los que quieren ganar un argumento por cualquier medio deben dejar de pensar.
Westen basa su hallazgo en un experimento con partidarios políticos de las elecciones presidenciales en EU del 2004, entre los candidatos George Bush Jr. y John Kerry. A un grupo de partidarios de ambos candidatos se les mostraron videos donde sus candidatos salían contradiciéndose a sí mismos. Lo que ocurrió en sus cerebros al ver que los políticos contradecían sus propias visiones de mundo fue que las zonas del cerebro que controlan el razonamiento lógico se adormecieron, mientras que aquellas partes que controlan la hostilidad (el reflejo de respuesta al ataque en una pelea, por ejemplo) se activaron.
Los participantes del experimento se sienten, entonces, atacados personalmente y reaccionan no desde una trinchera lógica sino visceral: la nueva información no halla donde “archivarse” dentro de una lógica militante, por lo que se transforma en agresión. Esto ocurre, según Westen, porque en esos momentos no queremos persuadir al otro de nuestros puntos de vista, sino defender nuestros propios argumentos (nuestra propia adhesión a una verdad adquirida) de cualquier cosa que pudiera dañarla. (El resto de los experimentos y cómo afectan la vida pública de un país pueden consultarse en el libro de Westen, The Political Brain.)
En otras palabras: una conversación se vuelve una discusión violenta cuando la verdad deja de importarnos, y comenzamos a discutir dentro de una metáfora de guerra, donde vencer lo es todo. Como atestiguan muchos personajes que quisieron tener la razón a toda costa (pensemos en Roberspierre, Stalin, Hitler o Mao), la imposición violenta de una opinión no la vuelve verdadera, y aquel que desea imponerla corre el riesgo de convertirse en un tirano.
No es difícil ver este comportamiento en cualquier terreno donde exista más de un punto de vista dominante o entre partidarios de diferentes aspectos de una misma cosa: en lo profesional al igual que en lo personal, la gente cree que tener la razón es el equivalente a tener un status jerárquico superior al del otro.
La dialéctica y la filosofía enseñan que pueden existir verdades contradictorias, y que las respuestas importan menos que el planteamiento correcto de las preguntas. Pero este “correcto planteamiento” sólo puede hacerse cuando los interlocutores están dispuestos a poner en crisis su propia visión del mundo; la actitud filosófica sería la que desea conocer la verdad auténtica, incluso concediendo que nuestras propias herramientas emocionales e intelectuales pueden estar mal calibradas; es decir, que al retórico y al político les interesa tener la razón por razones de poder, mientras que a los pensadores libres les interesa plantear los términos en que una verdad puede conocerse o rechazarse definitivamente.
Si de cualquier forma lo tuyo es tener la razón a cualquier precio (es decir, si te interesa más el imaginario respeto de los demás o la imposición de tu punto de vista por medios diferentes a los de la verdad consensuada) te recomendamos revisar Dialéctica erística o el arte de tener siempre la razón, de Arthur Schopenhauer. Si lo tuyo, en cambio, es el temperamento dialéctico, seguramente hallarás a Schopenhauer igualmente estimulante (era uno de los favoritos de Nietzsche).
Créditos para: http://pijamasurf.com/2014/01/el-arte-de-tener-siempre-la-razon-y-sus-desventajas/
La paradoja de la fuerza de voluntad: plantearte propósitos de Año Nuevo es garantía para no cumplirlos
LA RESOLUCIÓN FIRME CONTRA LA DUDA REFLEXIVA: ESFORZARSE EN MANTENER UN PLAN O ESTAR ABIERTO A LA CONTINGENCIA PROPIA DE LA VIDA; LA «PARADOJA DE LA FUERZA DE VOLUNTAD» NOS MUESTRA QUE PLANTEARNOS UNA DECISIÓN FIRME PARECE SER EL MEJOR CAMINO PARA QUE DE PRONTO PERDAMOS EL INTERÉS EN REALIZARLA.
Oh hermoso instante, versión magistral, jardín salvaje. Doblas la esquina al salir de la casa y en el camino del jardín te sale al encuentro la diosa de la Fortuna.
-Kafka
Esta temporada, lo sabemos de sobra, se caracteriza por las tradiciones, por la repetición incesante de ritos y prácticas, no pocas veces con nuestra anuencia y aun nuestra participación. Los abrazos, las felicitaciones, los parabienes, los buenos deseos, los platillos, las bebidas, son algunos de los elementos que se iteran y se multiplican en este mosaico de final de año.
Entre esas tradiciones, una de las imprescindibles se encuentra en los llamados “propósitos de Año Nuevo”, esa lista de deseos, aspiraciones u objetivos que muchas personas se plantean pocos días antes de cambiar de calendario. Y aquí también los lugares comunes salen al paso: hacer más ejercicio, dejar de fumar, comer saludablemente, bajar de peso, viajar, leer y una serie de acciones futuras que, en ese instante en que se formulan, se miran ya consumadas, alcanzadas, fácilmente asequibles.
Paralelamente, sin embargo, no menos usual es que esos propósitos se abandonen apenas pasados dos o tres meses del nuevo ciclo. Google —quizá la entidad que actualmente tiene mayor potencial inquisitivo sobre la naturaleza humana— desarrolló un recurso para graficar el paulatino y al parecer inevitable abandono de estas intenciones.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el empeño, la determinación y la firme resolución no bastan para conseguir un objetivo que, no obstante, parece que se desea tanto?
De acuerdo con un estudio de Ibrahim Senay, de la Universidad de Illinois, esto ocurre porque existe un fenómeno conocido como “paradoja de la fuerza de voluntad” (“willpower paradox”), la cual, grosso modo, consiste en que decidir hacer algo provoca que ya no queramos hacerlo.
Partiendo de la existencia de la voz interior en su forma de “eso que nos decimos a nosotros mismos cuando pensamos” (la voz con la que exploramos nuestras opciones ante una situación, nuestros miedos, nuestras expectativas, etc.), Senay condujo un experimento sencillo: con dos grupos de voluntarios a sus órdenes les pidió que realizaran anagramas con las palabras “sauce” y “when”, sólo que a uno de esos grupos antes se les pidió que reflexionara sobre su posible desempeño para completar la tarea y al otro simplemente que pensara en el hecho de que tendrían que comenzar a hacer los anagramas en unos cuantos minutos.
Como escribe Wray Herbert en el sitio Scientific American, la diferencia es sutil, pero inesperadamente significativa para nuestra mente, pues mientras en este último caso la tarea se presenta bajo la forma del “Voy a hacer esto” (“I will do this”: una afirmación, casi como algo que se da por entendido y realizado), en el otro el escenario es más bien el de una pregunta: “¿Voy a hacer esto?” (“Will I do this?”)
En el experimento, el grupo dubitativo fue el que completó más anagramas en comparación con el otro que se consideró, en el marco del estudio, con una mente más voluntariosa. Y ahí el fenómeno paradójico, contraintuitivo: el sentido común nos dice que la duda mina nuestras resoluciones, que la reflexión las debilita y, como Hamlet, la pregunta nos impide entregarnos a la acción, pero al parecer en esto, como en muchas otras cosas, el sentido común se equivoca.
En otra prueba, el psicólogo pidió a otros voluntarios que escribieran una y otra vez, a mano, la expresión “I will”, al tiempo que un segundo grupo tenía el mismo cometido pero con la pregunta “Will I?”. Aquí se buscó explorar la manera en que se comienza y persiste en un régimen de ejercicio. Y los resultados se repitieron: aquellos que caligrafiaron la pregunta “¿Lo haré?” mostraron mucho mayor compromiso con la tarea que quienes escribieron la afirmación.
La conclusión ante estos resultados es que las personas con una mente que interroga están mucho más dispuestos a la posibilidad de conseguir un cambio en sus vidas, motivados por una inspiración interna que los lleva a ser menos rígidos que quienes solo se afirman sobre las decisiones tomadas o los planes realizados. Su mente, en suma, se encuentra abierta, con todo lo que ello implica.
En io9, Esther Inglis-Arkell ironiza un poco sobre esto y escribe:
Así que, de cara al año que viene, quizá deberías repensar tus tradicionales resoluciones de Año Nuevo. No digas “Haré esto” o “Haré esto otro”. Di: “¡Oh, delicioso misterio de la vida! ¡Oh, maravilloso torrente de la posibilidad! ¿Dedicaré parte de este año a entrenar para un triatlón? ¿Serviré como voluntario en un refugio y aprenderé a escribir portugués? ¿Iré a buscar a un grupo de gorilas de la montaña, conoceré sus gentiles costumbres y les enseñaré el lenguaje de las señas? ¿Quién puede saberlo? ¡El mundo está aquí para el descubrimiento y la exploración y tiemblo de alegría cuando contemplo lo que este año puede traer!”
Tal vez el tono sea exagerado, pero aun en esa exageración el mensaje es claro: destinar menos esfuerzo al control (que no pocas veces se revela inútilmente ambicioso) y mejor entregar esa energía a la contingencia, la circunstancia, lo inesperado, el impetuoso torrente de la existencia que se deja navegar con un puñado de consignas que, en el fondo, todos sabemos cuáles son.
Créditos para: http://pijamasurf.com/2013/12/la-paradoja-de-la-fuerza-de-voluntad-plantearte-propositos-de-ano-nuevo-es-garantia-para-no-cumplirlos/
Toxo, el parásito en los gatos que controla tu mente
ESTUDIOS SUGIEREN QUE LA RAZÓN POR LA CUAL EL TOXOPLASMA GONDII (PARÁSITO TRANSMITIDO POR LAS HECES FECALES DE LOS GATOS) «QUIERE» CONTROLAR NUESTRA MENTE ES MUCHO MÁS FRÍVOLA DE LO QUE SE PENSABA.
En años recientes, desde que se dio a conocer que la toxoplasmosis puede manipular el comportamiento de las personas infectadas, este parásito hacker ha acaparado titulares. La toxoplasmosis es, en pocas palabras, la infección causada por el parásito Toxoplasma gondii (Toxode cariño), que se traspasa mediante las heces fecales de los gatos, y en seres humanos causa las afecciones más extrañas. En primera instancia, lo que el parásito “quiere” es que el gato se coma al animal infectado (casi siempre un roedor) para poder regresar al vientre del gato, que es el único lugar donde puede reproducirse sexualmente. Pero cuando infecta a un ser humano, entonces los efectos se disparan en todas direcciones. El gato no puede comerse al humano, por lo tanto el parásito se dedica, aparentemente, sólo a la diseminación, al control mental y a la supervivencia. Varios científicos se han puesto la tarea de investigar hasta dónde puede llegar el control mental del T. gondii, pero hasta hace poco tiempo se empeñaron en saber por qué afecta a los seres humanos.
Los datos de el científico Jaroslav Flegr, una voz eminente en la investigación del toxoplasma, sugirieron que un tercio de la población está afectada por este parásito que puede “matar más personas que la malaria, o al menos un millón al año” (muchas de ellas bajo un extraño furor que los lleva a tener accidentes fatales). Las posibles implicaciones de que tantas personas estén infectadas, y por lo tanto manipuladas, por este parásito, va mucho más allá de la academia. Pensar en esto es comparable a pensar en una teoría conspiratoria en la cual extraterrestres llevan miles de años manipulando a la humanidad para fines metapolíticos o destructivos. Pero, ¿por qué un parásito exclusivamente felino se querría traspasar a los seres humanos?
De acuerdo a la hipótesis más prevaleciente, el T. gondii manipula a sus anfitriones indiscriminadamente. Es decir, el parásito sólo quiere aumentar sus posibilidades de diseminarse, de seguir viviendo. Así que los fascinantes cambios en el comportamiento humano (apetito sexual, esquizofrenia, síntomas de gripa, autodestrucción, confianza en los demás, y una distinción entre sexos: las mujeres se vuelven más atractivas, los hombres despreocupados, etc…) son meramente circunstanciales. De acuerdo con Ann-Kathrin Stock, investigadora de neuropsicología cognitiva de la Universidad de Dresden “El parásito en sí no “quiere” hacerle daño a nadie, sino que actúa siempre bajo el mismo mecanismo, ya sea en roedores o en humanos. Es sólo que los humanos muy rara vez son presa de los gatos”.
Ello explica por qué los efectos en los humanos son tan variados y contradictorios: por un lado nos hacen más “atractivos” al sexo opuesto, y por lo tanto más proclives a reproducirnos, y por el otro nos llevan a la locura y la autodestrucción. Somos, según Stock, sólo el daño colateral de un parásito que se salió de sus casillas y que no está diseñado para atacarnos directamente.
Quiste toxo
La teoría aparentemente triunfadora, no obstante, es la de Joanne Webster, investigadora del Imperial College London, quien sienta las bases de la hipótesis de la dopamina. Webster reconcilia los distintos datos sugiriendo que el parásito “se desarrolla magníficamente” en el cerebro humano porque se expande con la dopamina. En nuestro cerebro se forman quistes de toxoplasmosis gracias al incremento de una enzima llamada tirosina hidroxilasa. Esta enzima está involucrada en la producción del neurotransmisor dopamina. “Más enzima significa más dopamina”, explica. Esto aclara por qué los ratones que están bajo el efecto del parásito le pierden el miedo a los gatos, poniéndose en riesgo: están bajo la exaltación de la dopamina. Y explica también el mismo efecto extrapolado a los humanos: la dopamina liberada por la enzima toma toda clase de variantes dislocadas.
La dopamina liberada por la infección de T. gondii, según Webster, se extiende en todo el cerebro (no sólo en la región límbica, como es usual con la dopamina) causando “una plétora de efectos observables”. Dado que el sistema basado en la dopamina es tan complejo e influyente en el comportamiento humano, el parásito gatuno puede manipularnos para cambiar prácticamente cualquiera de nuestras conductas, y es por ello que sus implicaciones son materia inabarcable.
Si la teoría de Flegr que dice que un tercio de la población está infectada es correcta, entonces los efectos del toxoplasma no son necesariamente fatales. No obstante, pensar que gracias a latirosina hidroxilasa somos una especie de parque de diversiones en el cual un parásito puede controlar nuestra mente por el simple placer de hacerlo, es por lo menos desconcertante. Pero, por otro lado, nos lleva a salir de nuestro pequeño mundo emocional, casi siempre solemne, y a considerar que hay una serie de elementos y entidades, parásitos o no, que inciden en la trama de nuestro comportamiento y cuyos efectos siguen siendo un tanto insondables, hasta el punto de que quizás no sea tan descabellado pensar que los verdaderos amos de este mundo son una serie de microorganismos invisibles al ojo humano.
Créditos para: http://pijamasurf.com/2013/12/toxo-el-parasito-en-los-gatos-que-controla-tu-mente/
12 prejuicios y falacias cognitivas que te impiden ser absolutamente racional
LA RAZÓN HUMANA NO ES TAN PERFECTA COMO CASI SIEMPRE SE LE CONSIDERA Y, POR EL CONTRARIO, POSEE FISURAS ESTRUCTURALES POR LAS QUE SE CUELA EL ERROR, EL EQUÍVOCO, LA FALSEDAD; O QUIZÁ NO SEA ASÍ Y ESTO QUE CONSIDERAMOS DESDEÑABLE SEA SOLO OTRA EXPRESIÓN DE NUESTRO DEFICIENTE PENSAMIENTO.
El razonamiento es quizá el mejor mecanismo para ejemplificar cómo la naturaleza y la cultura se encuentran indisociablemente ligadas, cómo una y otra se nutren entre sí formando una especie de simbiosis en la que una no puede existir sin la otra.
Si bien, por un lado, el pensamiento racional fue uno de los mecanismos decisivos en el proceso de supervivencia, su posterior sofisticación determinó una manera de pensar muy señalada, una forma del raciocinio que es la única que conocemos pero no la única que adivinamos, una paradoja que nos hace imaginar lo que podría ser sin definirlo cabalmente.
Nietzsche, Foucault y otros filósofos mostraron cómo el pensamiento racional tiene formas muy específicas, que no existe un pensamiento por antonomasia a pesar de que esto lo podamos expresar únicamente desde esta manera de pensar.
Quizá por eso la lista que presentamos a continuación tiene un doble sentido. Por una parte, sí, reunir esos vicios y trampas de la razón que, como dice el título, nos impiden ser totalmente racionales: falacias, prejuicios y tendencias que nos inclinan hacia un “lado oscuro” donde las cosas parecen ciertas y verdaderas pero solo por una sutil deficiencia en la argumentación.
Por otro lado, sin embargo, también quisiéramos recalar en esa carga negativa que por siglos se ha imputado a estas expresiones del pensamiento racional. En La verdad y las formas jurídicas, Foucault emprende una entusiasta defensa de los sofistas, tan despreciados por el pensamiento occidental dominante (el Platónico, siguiendo la argumentación de Nietzsche), y en quienes el francés vio a los depositarios del cariz más auténtico de la razón occidental, aquella que esconde entre su supuesta limpidez lógica rasgos que le son consustanciales como su relación íntima con el poder.
Se trata, en suma, de un ejercicio de autorreflexión sobre la razón humana, nuestra razón, por tanto tiempo tenida en un altar propiciatorio pero que no es, en modo alguno, la única posible ni mucho menos válida.
Falacia de confirmación
Aceptémoslo: a muchos nos encanta discutir, pero solo con quienes sabemos que, secreta o abiertamente, están de acuerdo con nosotros. Buscamos a nuestros pares: en capacidad intelectual, en acervo cultural, en posiciones políticas, en credos, y no siempre encontramos agradable salir de esta zona de confort. A este comportamiento psicológico Leon Festinger lo denominó “disonancia cognitiva” y, en términos generales, tiene como consecuencia un reforzamiento de nuestra visión de mundo, la cual se ve poco desafiada.
Falacia de grupo
Parecida a la anterior, esta falacia se remite a las épocas tribales de nuestra especie e incluso a características aún más elementales como el efecto de la oxitocina sobre el comportamiento. Este neurotransmisor nos impulsa a apoyar a quienes forman parte de nuestro grupo (nuestra tribu) y, por el contrario, a rechazar a quienes no forman parte de este.
Falacia del jugador
Como los jugadores consumados, la repetición de un suceso nos hace creer que detrás de esta existe un sentido, un patrón que predice el suceso siguiente. Lanzamos una moneda en cuatro ocasiones y a partir de los resultados creemos que podemos predecir el resultado de la quinta (contradiciendo el cálculo irrefutable de que las probabilidades siguen siendo 50/50). Se trata también de una práctica mental parecida a la que Poe relata al inicio de La carta robada, en la parte donde habla del niño que siempre ganaba en el juego de “¿Par o impar?”.
Racionalización post-compra
Uno autoengaño sumamente contemporáneo: ese en el que nos convencemos, por todas las vías posibles, de que de verdad necesitamos o necesitaremos eventualmente ese artículo costoso y en el fondo totalmente inútil que acabamos de adquirir. Visto más ampliamente, es una manera de sentirnos mejor ante la que sabemos una decisión y se liga con trastornos como el Síndrome de Estocolmo.
Probabilidad de negligencia
En este espejismo del pensamiento, nuestro cerebro no nos permite entender que, estadísticamente, es menos probable morir en un accidente automovilístico o en un acto terrorista que, digamos, por caer de las escaleras o por un envenenamiento accidental. La probabilidad de negligencia se refiere, según el psicóloga social Cass Sunstein, al hecho de que exageramos los riesgos de actividades relativamente perjudiciales al tiempo que sobredimensionamos las más peligrosas.
Tendencia a la observación selectiva
Hay días en que nos reparamos más que otros en determinadas circunstancias y, erróneamente, tendemos a creer que estas no sucedían con la frecuencia con que suceden en ese momento. Adquirimos una prenda —un par de zapatos, una playera, etc.— y empezamos a ver esta misma por todos lados. Una mujer se embaraza y de pronto advierte todas las de su género que en sus escenarios cotidiano también están embarazadas. La mayoría de las veces, sin embargo, esta no se reconoce como una casualidad fortuita sin mayor trascendencia.
La falacia del statu quo
El pensamiento conservador por excelencia, aquel que está cierto en que las cosas están bien como están, en que este es “el mejor de los mundos posibles”, una regularidad cognitiva que se expresa en decisiones que optan por evadir el cambio y mantener las rutinas que nos dan seguridad en nuestra existencia diaria.
La inclinación a la negatividad
Por un curioso mecanismo a un tiempo mental y social, es sumamente común que el cariz negativo de las cosas sea más atractivo que el positivo. Una mala noticia, por ejemplo, es mucho más conocida que una buena, en cualquier nivel de socialización. Al parecer no se trata de un asunto que se explique únicamente por el morbo (esta es solo una consecuencia paralela), sino que culturalmente hemos aprendido a creer que las malas noticias son, en esencia, mucho más importantes o profundas, según algunos una reminiscencia evolutiva de los tiempos en que saberse mover entre la negatividad del mundo significaba mayores probabilidades de adaptarse y sobrevivir.
Efecto Bandwagon
Como ya lo documentó con erudición y lucidez Elias Canetti en Masa y poder, el individuo modifica notablemente su comportamiento y su manera de pensar cuando forma parte de una multitud, cuando esta lo abraza y lo convierte en uno de sus anónimos integrantes. El efectobandwagon (que tomó su nombre, un poco azarosamente, del vagón que en el tren del circo transportaba a la banda musical) dicta que la probabilidad de que una persona adopte una creencia o conducta se encuentra en proporción directa de cuántos otros ya la tengan, esto eso, existe una tendencia psicológica a seguir o imitar las acciones o ideas de otros porque o preferimos conformarnos con lo existente o porque es imposible no derivar nueva información a partir de lo que los demás piensan y hacen.
Falacia de proyección
Vivimos siempre con nosotros mismos, con lo que somos y lo que pensamos, y solo con un esfuerzo más o menos mayor, es posible asomarnos un poco fuera de nuestros propios límites y atisbar un reflejo de la otredad. De ahí que sea común suponer que los demás piensan casi de la misma manera que nosotros y, en consecuencia, que estarán de acuerdo en lo que defendemos y rechazamos.
La tendencia del momento actual
A esta tendencia también podría denominársele del hedonismo, e incluso parece tener raíces clásicas, filosóficas y poéticas. Según algunos estudios, el ser humano tiende a dejar el sufrimiento para después y preferir el placer para el ahora, en otras palabras, difícilmente nos imaginamos en situaciones futuras que podrían alterar nuestros comportamientos y expectativas actuales. Así, por poner un ejemplo simple, una investigación de 1998 mostró que cuando se trata de elegir alimentos para la semana próxima, 7 de cada 10 personas optan por la fruta, pero si la elección se refiere al día corriente, también 7 de cada 10 se inclinan por un chocolate.
Efecto de anclaje
Como si echara un ancla para estabilizarse antes de un proceso racional, nuestra mente tiende a fijar una serie determinada de factores, circunstancias, creencias, etc., para establecer comparaciones y jerarquizaciones, las cuales son inamovibles e innegociables. Vamos a una tienda, por ejemplo, y prácticamente el único elemento de comparación entre productos similares es el precio, y todo lo demás repentinamente desaparece ante nuestros ojos y nuestro entendimientos.
Créditos para: http://pijamasurf.com/2013/01/12-prejuicios-y-falacias-cognitivas-que-te-impiden-ser-absolutamente-racional/
El artículo que Carlos Marx escribió sobre Simón Bolívar en 1858
La propaganda oficialista le rinde culto a personajes tan disímiles como Karl Marx, Simón Bolívar o el “Ché” Guevara, entre otros. Foto Aporrea
Les traemos el artículo que Carlos Marx, padre del marxismo, teoría que inspira a la “revolución bolivariana” sobre El Libertador Simón Bolívar. El artículo fue publicado en en el tomo III de The New American Cyclopedia. Escrito en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999. Lo hallamos en Marxists. Saque usted, estimado lector, sus propias conclusiones.
C. Marx
BOLÍVAR Y PONTE
(1858)
BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el “Libertador” de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como empe rador, hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en apariencia le dio buena acogida. pero Bolívar no obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevarnente, hasta que en setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela.
Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la que ocupade inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos úna noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: “Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con laentrega de Miranda”.
Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En cornpañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo. La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada. Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación, logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La única sistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.
Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500 españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó “Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela” –Mariño había adoptado el título de “Dictador de las Provincias Orientales”–, creó la “Orden del Libertador”, formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortalede Puerto Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un prolongado discurso “la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno”. Se aprobó esta propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.
Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos en Arguita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó de inmediato en el “Bianchi”, junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de frases altisonantes.
Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde etaba reunido el Congreso de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan. En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de cañon de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.
Durante su estada de ocho meses en Kingston, los genrales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brion. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Pétion le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brion y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un cóngreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brion en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brion se hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía “exterminar a los tiranos” y “convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió “toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del « Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio”. Los reproches y exhortaciones de Brion lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.
Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante Brion lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brion, Zea, Mariño, Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brion, que detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un “Consejo Supremo de la Nación”, del que se nombró jefe, mientras que Brion y Francisco Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el “Napoleón de las retiradas”, y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brion y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.
La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la expulsión définitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran “ejércitos que huían ante núestras tropas victoriosas”, no tenía por objetivo disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado. Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproxi madamente 14.000 hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.
Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.
Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona, donde paso mas de dos meses en festejos y saraos. El 3 de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más.
En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya fuerza se reducia a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como “República de Colombia”, promulgase una constitución para el nuevo estado –redactada por Roscio– y permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de O’Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada expedición de O’Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente la independencia de la república.
El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fúe el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela –el combate naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello en julio de 1824– fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la expediúión de O’Donnell, y el concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los colombianos.
El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez mas con renunciar, prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Peru –1823-1824– Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringio sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.
En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombiams destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los pruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invisteron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resu tencia alguna.
En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra ba a la república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente su ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno, proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolivar, pero nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tra haber dimitido por quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio obligado a presentar su dimision ya que se le dio a entender que esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.
Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato: “Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjunto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasioness y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiatico para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas.”
Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.
Véase: Histoire de Bolivar par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu’á sa mort par Alphonse Viollet (Paris, 1831); Memoirs of Gen. John Miller (in the service of the Republic of Peru; Col. Hippisley’s Account of his Journey to the Orinoco (London, 1819).
Créditos para: http://www.lapatilla.com/site/2014/01/02/el-articulo-que-carlos-marx-escribio-sobre-simon-bolivar-en-1858/
Historia de las emociones
Una simple mención al paso. La investigación universitaria en nuestros días no es la que era antes. Y no justamente en este caso porque la pretérita haya sido mejor, aunque seguramente hay de todo. La investigación en nuestros dias se interesa por aspectos de la existencia que en el pasado seguramente no habrían sido considerados dignos de ser estudiados, ó en todo caso, relegados al dominio de la literatura.
Esta reflexión se me ocurrió visitando el sitio web de un proyecto de estudio de las emociones en el mundo medieval europeo. No solo el sitio es muy atractivo estéticamente. También contiene mucha información sobre este proyecto, algunos materiales en linea, información sobre eventos relacionados, El sitio es bilingüe, francés e ingles, aunque referencia materiales en otros idiomas. Buena lectura a los interesados.
¿CUÁLES SON LAS PRINCIPALES TENDENCIAS ACTUALES DE LA ULTRADERECHA EUROPEA?
Concentración de la España en Marcha en Barcelona el pasado 12 de octubre.
EL ÚLTIMO ANUARIO DEL CONFLICTO SOCIAL del Observatorio del Conflicto Social contiene dos artículos sobre la extrema derecha del experto francés Jean-Yves Camus que merecen una atenta lectura desde nuestra óptica. Uno es sobre la reciente evolución del Front National [Frente Nacional, FN] y otro sobre el conjunto de la ultraderecha europea.
Todo el Anuario se halla en formato PDF accesible de modo gratuito clicando aquí. Puede accederse a los dos artículos de Camus clicando aquí.
Nos interesa destacar que, como puede comprobar el lector, en su conclusión sobre la evolución de la ultraderecha europea Camus observa que ésta presenta las siguientes tendencias generales.
Las tendencias generales de la ultraderecha
Según el académico, este ámbito ideológico se ha alineado con la modernidad escogiendo privilegiar la via electoral tanto sobre la actividad grupuscular…
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URGENTE! El Compañero Gustavo Rodríguez fue secuestrado y deportado a Estados Unidos
Nota Contrainformate: Lo que sigue a continuación son dos breves notas informativas enviadas al correo, la primera sobre la desaparición del compañero Gustavo Rodriguez y la segunda sobre su aparición y deportación a los Estados Unidos, todo esto en el contexto de las Jornadas Informales y la casería de brujas contra anarquistas que se desarrolla fuertemente en México.
Compañerxs intentaremos ser lo mas breves posibles pero objetivos.
Desde la tarde noche del 29 de Diciembre, el último día de las Jornadas informales; Simposio anarquista internacional, y hasta el día de hoy, el compañero anarquista Gustavo Rodríguez Romero se encuentra desaparecido.
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Los colectivos, orden y terror chavista en Venezuela
Antonio María Delgado, El Nuevo Herald
Javier Ignacio Mayorca, Crímenes sin Castigo
Para el chavista, son la expresión urbana del Che Guevara, revolucionarios que luchan por “el proceso” desde trincheras excavadas en las barriadas. Para el opositor, esbozan el rostro violento de la Revolución Bolivariana, pandilleros mantenidos por el régimen para intimidar a la sociedad civil y, en ocasiones, hacer su trabajo sucio.
Pero nadie en Venezuela duda que están armados.
Los colectivos, como se autodenominan las unidades paramilitares al servicio del chavismo, personifican la Espada de Damocles que cuelga sobre la civilidad de la política venezolana.
Son la amenaza latente de que la Revolución Socialista emprendida por el fallecido presidente Hugo Chávez cuenta con armas para su defensa que no están necesariamente en manos de sus soldados y policías.
Y son agrupaciones que se encuentran en plena expansión, ahora que Nicolás Maduro está al timón, con los…
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