Mes: agosto 2014
La corresponsal de RTVE, Yolanda Alvarez, hace propaganda de Hamas
Ya iba siendo hora de leer algo de la embajada de Israel en España
Esta es la protesta emitida por el portavoz de la embajada, Hamutal Rogel, a la sesgada labor de la periodista Yolanda Alvarez
«Hace ya casi un año que me incorporé como Portavoz a la Embajada de Israel en España. En este tiempo he seguido con detalle los medios de comunicación. En general, no me ha sorprendido el posicionamiento de cada uno de ellos en la cobertura de la actual crisis, excepto uno: Televisión Española.
Desde el inicio de la crisis, la corresponsal de TVE en Israel, Yolanda Álvarez, se estableció en Gaza, convirtiéndose desde el primer momento en correa de transmisión de los mensajes, cifras, imágenes y datos de Hamás. Las crónicas dramatizadas de Yolanda Álvarez, empezando por el abuso de adjetivos y siguiendo por las muy cuidadas puestas en escena, resultado de un casting…
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LA APOSTASIA DE LOS ULTIMOS TIEMPOS
Estamos viviendo en el Cristianismo Evangélico una época, que por pertenecer al conjunto de profecías de cumplimento en los últimos tiempos, no deja de ser un periodo muy desdichado para la “Iglesia de Cristo” (no me refiero en concreto a ninguna denominación).
El apóstol Pablo en 2ª Timoteo 4:3, refiriéndose al aumento de la apostasía en los últimos tiempos dice: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias. Y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” Las deviaciones o herejías que se han producido a lo largo de la historia del cristianismo y más aún, en el siglo XX y todo lo que llevamos del XXI, han sido introducidas por los falsos maestros cristianos, “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente…
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LLegar a Viejo / Rafael Mitilo
Rafael Mitilo
Llegar a viejo sin dinero. Angustiosa incertidumbre que genera pena y ansiedad. Sí. Ese proceso natural de la vida, que -en teoría- significa la edad del reposo y la reflexión, se ve de pronto truncado por causa de la desigualdad social de una parte, y, la desorganización funcional de la sociedad por la otra. Llegar a viejo pues, es quedar a la deriva sin fuerzas ni recursos, en medio de una agobiante «realidad» deshumanizada. Así, se tiene por consuelo, en el mejor de los casos, la espera melancólica de una muerte compasiva y auxiliar.
De verdad es dramático visitar los centros de asistencia para ancianos. En ellos, pese al esfuerzo de los trabajadores (en su mayoría) sólo se percibe precariedad en la higiene y ausencia de calor humano. Son almas abandonadas en vida, condenadas a una especie de soledad incurable y espantosa, en la que hasta la alegría es un acto de tristeza. Sin embargo, pese a todo, pueden dormir bajo un techo. Pareciera, cuando se es viejo, que no se trata de un estado, una fase del ciclo biológico por el que tarde o temprano habremos de pasar todos, sino -más bien- de una enfermedad. La ancianidad es culturalmente vista como una infección o el estado post-traumático de una fracasada intervención quirúrgica. Claro está y así debe entenderse, que la diferencia entre una vejez feliz y la otra, radica sin rodeos, en los recursos económicos que ostente el «enfermo». Así pues, que si se tuvo -suerte o previsión- la oportunidad de acumular riquezas materiales, nunca será visto -el «enfermo de vejez»- como un estorbo; al contrario, la gente, familiares o no, se pelean sus cuidados. Se desviven en atenciones. Hay que dar gracias a Dios, por la suerte de esos casos. Pero, paralela a esa minoritaria circunstancia, existe una mayoría compuesta por los «viejos pobres». Aquellos a los que la vida, por una u otra razón no dio la oportunidad de amasar riquezas pecuniarias. Aquellos que vieron la vida pasar esperando la oportunidad de oro, o, simplemente trabajando para el día a día, sin percatarse de que la existencia es provisional y sus fuerzas están rigurosamente sometidas a las leyes de la gravedad.
Sin lugar a dudas que la experiencia de envejecer sin dinero, ni parientes agradecidos, en medio de una sociedad indolente, resulta un duro y nada deseable trance, para aquellos a quienes el destino ha colocado en tal circunstancia. Basta recorrer las calles y observar cómo es dura la vida para los ancianos, de por sí ya lo es para la sociedad plena, pero contra los ancianos, existe una forma adicional de crueldad dolosa que les expone a la mendicidad moral y al esfuerzo redoblado sin que de ordinario, surja la mano solidaria que ayude a cruzar la calle, subir a la acera, trepar busetas y colectivos hechos para gente vigorosa. Rara vez se les concede el asiento, o se les facilita el cruce en dinámicas avenidas. Hemos olvidado a los viejos pobres. Lo que nos hace más pobres que ellos. Su presencia -aún entre nosotros- es testimonio de historia y conciencia activa. La indiferencia es criminal, cuando la sociedad ignora deberes y desconoce gratitudes. Practica el irrespeto y agrede sin justificación al débil.
Quienes siendo jóvenes hoy, están centrados sólo en vivir a plenitud su vigoroso presente, avanzan sin saberlo, como corderos al matadero, sino planifican el futuro. Es necesario fomentar el respeto por los viejos, mediante planes efectivos de Seguridad Social. Seguridad Social, que no tenga sabor a dádiva o mendrugo. No. Verdadera seguridad, aquella cuya asistencia haga sentir al anciano, realmente protegido por las instituciones de la sociedad que ayudó a forjar. Trato digno y solidario que ubique su presente, en lo que es: una etapa más de la vida y no, una especie de enfermedad en la que se les mira a veces con recelo, evitando compromisos o con lástima, como si se tratara de un moribundo irreversible. La vejez se cierne sobre toda forma de vida. No distingue entre profesionales o razas, sexos o religiones. Corresponde al nivel cultural del conglomerado, de acuerdo con la formación que ha recibido, expresar su relación con los viejos, los pobres y los ricos. Pues, no es menos dramática la situación de aquellos a los que se les cuida exclusivamente por dinero. O mejor dicho; aquel dinero que se cuida a través de la atención al viejo. El problema fundamental, es que cada vez somos menos humanos. Menos gente. Menos racionales. Lo que nos arrastra sin posibilidad de reflexión hacia el abismo de la animalización. No esperemos por tanto, trato solidario a la ancianidad, en un mundo que no lo da a la madre, al padre, a los niños, a la mujer, a los enfermos. Que no la da en fin, al hombre en sí mismo, quien se droga, emborracha o mata, absolutamente de espaldas a la razón y esencialmente a Dios.
La calle no es más que la «vitrina» que exhibe, una institución familiar desarticulada y en conflicto irreconciliable. En desbandada; aterrada y expuesta al vicio y la enajenación. De allí, salen los viejos que, con mirada de extravío y expresión de piedad, deambulan sin destino.
De manera pues, que cuando no se es aún anciano, pero se toma conciencia de extemporáneas limitaciones económicas. Cuando no existe pensión de jubilación y ya no se tiene fuerzas para luchar. Cuando se está solo en el mundo, viejo y sin dinero, un escalofrío estremecedor recorre tu ser y te llena de mudo espanto. La voracidad de prejuicios absurdos, te recluye en una celda de angustia reprimida y silencio aterrador. La sociedad comprende, el viejo entonces, nunca existió. No fuimos capaces de articular sin complejos, mecanismos de organización para hacer frente con dignidad solidaria, a la inevitable y por demás previsible, llegada de la vejez. Circunstancia ésta, que en una verdadera sociedad pasa sin traumas. En la nuestra en cambio, es amenaza seria de dolor, abandono, soledad, ruina y sobre cualquier otra consideración: muerte inminente y triste. La vejez, en tales condiciones, tiene carácter indigno.
rafamitiloveliz@gmail.com / @rafaelmitilo
Créditos para: http://laprensadebarinas.com.ve/news/noticiaunica.php?id=54525
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