Día: 17 octubre, 2014

INTERESANTE / Círculos de Estudio Jurídico / Rafael Mitilo

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* Rafael Mitilo

«En tiempos de crisis, la imaginación es más importante que el conocimiento».

Albert Einstein.-

Está claro que, al egresar de la universidad, el nuevo profesional sufre el traumático impacto, entre lo que fue esa especie de burbuja que da al pregrado un aire de idealismo y, la cruel realidad. La distancia, entre una y otra se llama inexperiencia. No ha sido posible articular, desde el pregrado, verdaderas pasantías que -en forma eficaz- permitan al nuevo profesional destreza en el oficio.

Particularmente, al analizar el caso de los abogados, es frecuente toparse con -y todos pasamos por eso- la nula pericia en la dinámica cotidiana del ejercicio. No se tiene idea de cómo funcionan las cosas. Resulta difícil entender la diferencia entre un «escrito» y una «diligencia». Se desconoce la función de cada funcionario (valga la redundancia) en el tribunal, cómo se solicita un expediente. Qué es «asistir al cliente» y qué es «representar al cliente», en fin, nada se sabe acerca de esa actitud tan distinta al mundo ideal que a lo largo de cinco años transitamos en las aulas universitarias.

Con el propósito de establecer un puente facilitador del acceso a la dialéctica del litigio, hemos puesto en práctica los Círculos de Estudio Jurídico. Léase bien; «Círculos de Estudio». No son charlas, ni conferencias, ni cursos. Se trata es de «poner» sobre la mesa -en cada jornada- los temas que generan inquietud entre los abogados recién egresados, o entre aquellos que no ejercen, los que ejerciendo desean aportar conocimientos y, los estudiantes de Derecho a fin de adentrarse en el manejo de cada tema, tanto en lo jurídico propiamente dicho, como en lo práctico o cotidiano del ejercicio profesional.

Ahora bien; debe quedar claro también, que -parte de la virtud del ser humano- está en comprender que nada de malo ni pecaminoso hay en preguntar. Al contrario, es la expresión palpable de inteligencia, pues es el más puro ejercicio de humildad. Sin embargo, hacía falta un núcleo estrictamente didáctico que permita a los interesados aprender o, discutir en torno a aquellos asuntos que le son de su interés. Es decir, preguntar, discutir, descifrar, interpretar, conocer y en resumen, todo cuanto sea útil al interesado (abogado o estudiante) acerca de su trabajo o tarea.

Ojalá cuando salí de la universidad hubiese contado con esa alternativa. Nos tocó aprender sobre la base del error. Sobre la experiencia directa, lo cual, no siendo para nada negativo, nos reduce el tiempo y complica la eficacia en un mundo como el de hoy, estrictamente competitivo. De manera pues, que, al abrir las puertas de los Círculos de Estudio Jurídico, se hace historia, en virtud de que cada día se nos exige más, pero al mismo tiempo cada día tenemos menos tiempo para estudiar. Para investigar y eso es realmente pernicioso a los efectos de la calidad profesional.

¿Qué cómo funciona la dinámica dentro del Círculo de Estudio? En primer lugar, se dedica dos horas (lunes, miércoles y viernes) a las discusiones (de 3  p.m., a 5 p.m.) luego, al dar inicio, el director de debate propone los temas a discutir y, de no existir objeción, o si nadie plantea otra duda o inquietud, se procede a discutir sobre los temas propuestos. Cada intervención obedece a la solicitud previa de derecho de palabra y no hay límite de tiempo. La idea es que cada quien quede satisfecho con el resultado de la jornada.

¿Qué es una apelación? ¿Cuáles son los lapsos para intentarla? ¿Cómo se hace un escrito de promoción de pruebas? ¿Qué lapso tengo para ello? ¿Cuál es la dinámica del Procedimiento Ordinario Penal? ¿Cuáles son sus fases? ¿Qué es un acto conclusivo? ¿Qué es la fase de control o de juicio oral? ¿Cómo actuar en una audiencia de calificación de flagrancia?, o ¿Qué hacer en la audiencia preliminar? ¿Qué es un procedimiento especial?, en fin, estas y muchas otras interrogantes no sólo en materia de derecho penal, sino también civil, mercantil, etc., se colocan sobre la mesa y de allí habrá de salir un criterio maduro acerca de la dialéctica para ejercer. El propósito no es otro sino el de contribuir al mejoramiento (común) de la calidad profesional.

Oratoria, redacción, técnicas de litigación, así como la puesta en práctica de juicios o audiencias de ensayo, forman parte de la propuesta. Hay que romper las ataduras de la rutina y abrir el pensamiento a nuevas formas de conocimiento. Está, en la vocación íntima de cada abogado o estudiante, hacer lo adecuado por escapar del fantasma de la ignorancia. Ejercer cualquier profesión, es un compromiso con la sociedad, es una gran y altísima responsabilidad. Por lo tanto, hacer un esfuerzo por dedicar un tiempo a nutrir el cerebro nunca estará de más y contrario a lo que se cree, nos dará seguridad y prestancia al momento de hacer valer los derechos de nuestros representados.

Quien actúa con conocimiento de lo que hace, está obrando en beneficio del interés colectivo. Esto es lógico ya que los tribunales están colapsados de causas cuya naturaleza, es la resultante de una errónea asesoría o de desconocimiento de deberes, derechos y obligaciones que, de haberse puesto en práctica, habría necesidad más de maestros que de jueces. La cultura, la educación elimina conflictos.

Por último, ya que la dinámica es de Círculo de Estudio, la asistencia no está supeditada a evaluaciones o listados de asistencia. No. Cualquiera, cuando sienta necesidad de discutir, hablar o proponer sobre temas de Derecho puede asistir, sin que quede inscrito u obligado a continuar asistiendo. Se trata, repito, es de contar en la ciudad con un punto de apoyo al que pueda asistirse para resolver cada duda o contribuir en esclarecer las dudas de los demás. Ojalá se dé a esta iniciativa el apoyo que -por naturaleza- le corresponde, pues ya no es posible decir que -en Barinas- nadie se ocupa de incentivar la práctica del estudio. Es mentira afirmar que no hay en Barinas una tertulia jurídica (robando el término al Dr. Wilfredo Urquiola) en la que el profesional o estudiante cuente con la oportunidad de dar rienda suelta a sus ansias de conocimiento. A sus expectativas de éxito. A su apetito de cultura jurídica. Bienvenidos Círculos de Estudio Jurídico.

rafamitiloveliz@gmail.com

@RafaelMitilo

Créditos para: http://laprensadebarinas.com.ve/news/noticiaunica.php?id=58483

Psicología del tirano

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Por Marcos Aguinis

La Nación

(Publicamos originariamente este artículo en julio de 2008, pero entendemos que siempre es oportuno volver a reflexionar sobre el tema)

Abordé este asunto en el programa Hora Clave y recibí tantos pedidos para que lo escribiera, que cedo al reclamo. No dije nada original, porque ya lo había desarrollado en uno de mis libros. En él me baso de nuevo ahora.

Sostuve que existe un «romance secreto» con los tiranos, a quienes se llama, según las épocas, caudillos, dictadores, «mano dura», personalidad carismática o jefe autoritario. Por ejemplo, los caudillos, dueños de vidas y haciendas, eran adorados por su valentía, su crueldad, su viveza, su obstinación y hasta su generosidad caprichosa. Gobernaban como un rey, pero no como cualquier rey, sino como un tirano, según el clásico modelo que nos viene de la antigua Grecia.

Ricardo Moscone, mientras realizaba una prolija investigación para componer su exhaustiva biografía sobre Sócrates, revisó las frecuentes condenas a la tiranía que realizaban los autores de aquel tiempo. Advirtió que Sófocles quizás haya intitulado su tragedia inmortal con el nombre Edipo , a secas. Dijo que tal vez haya preferido Edipo tirano . No Edipo rey , porque la palabra «rey» sólo es pronunciada una vez, hacia el final. La palabra «tirano» es repetida siete veces.

Freud se inspiró en esa tragedia para identificar el conflicto nuclear de la neurosis, debido al incesto que Edipo comete con su madre y por haber asesinado a su padre. En la Europa victoriana, cuando el psicoanálisis realizaba sus primeros avances, era decisivo poner el acento en estos puntos. Pero quedaban en la sombra otros, de gran riqueza. El complejo de Edipo, centrado en esos dos aspectos, adquirió un enorme desarrollo teórico; no así, en cambio, otro elemento básico: la tiranía, que esa obra expone de un modo magistral.

El desarrollo del argumento se adelanta a la técnica de las novelas policiales, porque desde el comienzo presenta un enigma por resolver: la causa de la peste que asolaba a Tebas. La peste no eran ratas o piojos o culebras venenosas. La peste innominada, en realidad, eran la tiranía y sus manejos. Edipo es un tirano que reúne en su personalidad y conducta todas las lacras. Desconoce la jerarquía y dignidad del prójimo debido a su narcisismo. Tiene tanto odio que enajena antiguos vínculos y hasta lazos de sangre. No ama ni le alcanza lo mucho que ya tiene. Lo asaltan accesos de furia. Grita fuerte e insulta, grosero. Su cabeza está nublada por una incesante paranoia, que no le da reposo. Es incapaz de escuchar los buenos consejos cuando se oponen a sus deseos o puntos de vista y considera enemigos detestables a quienes los formulan.

No soporta ninguna derrota. No admite errores. Su superyó es destructivo, por lo cual es impotente para comprender al otro que, si no se doblega, lo acusa de enemigo. Le hierve el anhelo de venganza contra quienes considera un obstáculo para sus ambiciones, aunque antes lo hayan servido como súbditos obedientes.

La obra también revela que una tiranía puede instalarse por decisión popular. Edipo es elegido por los ciudadanos de Tebas. En este aspecto, no podemos sino redoblar nuestra admiración por Sófocles, que hace 2500 años nos advertía que los tiranos pueden acceder al poder con aplausos y felicidad comunitaria. Hitler fue elegido. Chávez fue elegido. Eso no garantiza que una vez en el trono, mantengan la ley y merezcan ser alabados como demócratas. No alcanza la elección: es determinante cómo se procede después. Si después corrompen las instituciones, persiguen a los que piensan diferente, generan confrontaciones para justificar los desquites y realizan una apropiación indebida del patrimonio ajeno, la presunta democracia pasa a ser una tiranía.

El retumbante coro de la tragedia Edipo tirano exige conservar las leyes. Porque son las leyes lo primero que profana el tirano, esa singular peste de la sociedad. Después el coro señala que la intemperancia engendra a los tiranos y que, si llegan muy arriba, se despeñan, con dolorosas consecuencias para todos.

En Grecia, el vocablo tyrannos se aplicaba a dioses y hombres. Se refería al poder absoluto y arbitrario que no respetaba la ley, cuyas normas debían flotar por encima de ellos mismos. Es un tyrannos quien adopta medidas despóticas que incluyen la fuerza: castiga, destituye, descalifica, persigue, destierra y hasta mata.

El tyrannos es violento. Es rencoroso. Prefiere permanecer ensimismado, encerrado, sólo accesible a los aduladores, para sostener su mundo ilusorio, autista. Ignora la piedad y el perdón, que considera signos de peligrosa debilidad o derrota. Jamás se pone en el lugar del prójimo, al que, en general, desprecia cuando no le sirve. Considera que merece que todo le pertenezca. Por eso se dedica a confiscar los bienes ajenos. Y no lo frena el pudor al mentir, en especial cuando asegura que ayuda a los pobres y débiles. Pero los pobres siguen siendo pobres, para constituir su ejército ciego, ignorante, que lo apoya para continuar atornillado en el poder. Dice que gobierna para todos, pero es mentira, porque margina sin clemencia a quienes no bajan la cabeza ante él ni doblan la rodilla. Le fallan las percepciones debido a la omnipotencia de su mente inmadura. Su soberbia requiere una reiterada convalidación por parte de los aduladores, que deben servirle halagos como si fuesen el pan de cada día. Es un negador tenaz de la realidad, a la que le impide que llegue a su retina. Por eso, Edipo termina arrancándose los ojos: ojos que se negaron a ver.

Es notable que, cuando ya había perdido su cetro y, pese a semejante debacle quería seguir mandando, su sucesor, el tirano Creonte, le reprochó: «No quieras mandar en todo, Edipo, cuando incluso aquello en que triunfaste no te ha dado provecho en la vida».

Según Plutarco, uno de los famosos sabios de Grecia, llamado Bías de Priene, cuando fue interrogado sobre los animales salvajes, contestó de esta forma: «De los animales salvajes, el más feroz es el tirano, y de los animales domésticos, el más peligroso es el adulador». Podemos agregar que ambos se complementan y nutren bebiéndose la misma sangre.

En la Argentina hemos disfrutado puestas escénicas inolvidables de la tragedia de Sófocles. El psicoanálisis ha cepillado hasta la raíz, ida y vuelta, el complejo de Edipo. No obstante, el tirano que los griegos clásicos nos aconsejaban mantener lejos, como un mal endémico, sigue vigente en el querer secreto de la sociedad.

Por eso los elegimos, por eso no les ponemos límites o incluso negamos que tengan rasgos ominosos. No denunciamos con fuerza sus defectos, sus vicios y abusos, sino que tendemos a racionalizarlos, a menudo por miedo o intereses egoístas. Franjas importantes -por motivos espurios, a veces; por obnubilación emotiva, otras- tienden a seguir confiando en que cumplirán sus promesas de brindarnos un país mejor y superarán el retroceso que padecemos en casi todos los órdenes. Dicen que son ellos quienes combatirán el dragón que nos chupa la riqueza, nos hace trampas, nos devasta. Sus promesas son altisonantes y aseguran reivindicaciones, ecuanimidad, progreso; aseguran ser lo mejor de la historia. Pero el progreso se reduce a engordar sus propios bolsillos y los del círculo de amigos incondicionales (que tienen la etiqueta de ese animal doméstico y dañino llamado adulador).

Los tiranos, una vez encaramados, sobre el paño verde de la ruleta nacional, barren como un crupier todas las fichas al alcance de su rastrillo. Se ocupan, desde el alba de su gestión, en destruir los controles y los frenos que puedan bloquear sus propósitos. Algunos son más prudentes y disimulados; otros se envalentonan hasta la náusea. No consideran que la corrupción sea inmoral si lleva agua a su molino.

La corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener puesta una soga en el cuello de los cómplices: así no hablan ni se sublevan. El tirano puede ser todo lo maligno que se quiera, pero no es tonto.

Sus efectos deletéreos no se limitan a la gestión, sino a la degenerada ejemplaridad que inyectan en sus familiares, seguidores y el resto de los habitantes. Eduardo Fidanza me recordó un pasaje del libro Masa y poder , de Elías Canetti, donde titila este caso impresionante: «Cuando en la corte de Uganda reía el rey, reían todos; cuando estornudaba, estornudaban todos; cuando tenía un enfriamiento, todos aseguraban tenerlo; si se cortaba el pelo, todos se hacían cortar el pelo». Pero esa ejemplaridad producía consecuencias graves, porque implicaba coacción: «Que él estornude significa: ¡estornudad! Que se caiga del caballo: ¡caed!» Todo apuntaba a reforzar su dominio. Sus gestos y expresiones debían ser celebrados con aplausos y también se debía alentar su repetición. «Pocos logran sustraerse de la obligación que emana de mil manos aplaudiendo», enfatiza Canetti.

El premio Nobel va más lejos aún, cuando indica que el ámbito donde sucede lo que ha descrito se llama corte. Por eso «hacer la corte» y «adular» son sinónimos. La corte está infectada de subordinación y servilismo. «Cortesano» es una persona obsequiosa con su superior, un vasallo. ¡Cómo abundan!

Y aquí cierro el artículo. Cualquier semejanza con nuestra realidad nacional no es pura coincidencia, sino que queda a criterio del lector.

Créditos para: http://independent.typepad.com/elindependent/2014/10/psicología-del-tirano.html