El Concepto de lo político en Carl Schmitt

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Aporte para la comprensión de la naturaleza “política” del actual régimen de poder [1]

Henrique Meier / Soberania.org

“Se extiende como una borrasca, que se cierne sobre el país… Si no fuera por su peso asfixiante y la muerte que envía uno creería que es una abstracción… Como monóxido de carbono entra por todas las ventanas, contamina los pozos, enmohece el pan. La prueba del monstruo son sus víctimas…”. Zbigniew Herbert, Poeta polaco.

El concepto de lo político en Schmitt[2] se define primero formalmente con la mera dimensión de las posibilidades límite de amistad y enemistad humanas, como la unión o la separación más intensas, en las que se trata de vida o muerte, de disposición a sacrificar la propia vida o a asesinar al enemigo. Así concebido, el concepto de lo político se sustenta en la distinción entre amigo y enemigo.

La primigenia condición de la existencia humana, según Schmitt, tiene una especial afinidad con la dimensión metafísica y religiosa de culpa y pecado original que condiciona, en la realidad histórica concreta, el que el individuo no se relacione de manera directa e inmediata con el otro que participa de los rasgos comunes de la especificidad antropológica (la igualdad fundamental entre los humanos), pues ese vínculo es mediado por el grupo social (étnico, nacional, ideológico, confesional) al que se pertenece. Sólo se reconoce “humanidad” en el propio grupo, no así en los otros, los diferentes.

Esa delimitación de base produce, en el concepto del jurista nazi, la satisfacción interna contra el posible enemigo exterior, es decir, que la amistad o empatía interna del grupo homogéneo, se consolida con la conciencia del peligro que representa para esa “unidad” la existencia de otros grupos diferentes. De esa manera, las agrupaciones humanas se politizan en cuanto se inspiran en las posibilidades límites de amistad y enemistad humanas que, en caso grave de conflicto existencial, conduce irremediablemente a la lucha de vida o muerte, de ser o no ser, conflicto que exige al individuo la disposición a morir y a matar.

Por consiguiente, la amistad está constituida por la obligación recíproca de morir unos por otros; la enemistad, por la disposición recíproca a matarse entre sí. Las comunidades morales y confesionales, así como las económicas y nacionales, pueden alcanzar el grado de lo político y llegar a la constitución de unidades políticas cuando distinguen entre amigos y enemigos. Ahora bien, en la realidad histórica concreta, argumenta Schmitt, es la manera de ser de los pueblos, específica en cada caso y nacida de circunstancias diferentes, la que establece los límites de la definitiva singularidad esencial entre ellos y de cuya sustancia proceden los últimos criterios para la distinción amigo-enemigo.

“El enemigo es -dice el jurista nazi citado por Fijalkowski- en un sentido singularmente intenso, existencialmente, otro distinto y extraño, con el que caben, en caso extremo, conflictos existenciales. Estos conflictos no se pueden resolver ni con normas generales y preestablecidas ni por la sentencia de un tercero desinteresado, y por consiguiente, imparcial”[3].

Por esa razón, la unidad política, independientemente de los cauces por los que se haya logrado y se preserve, trasciende al individuo privado, y no se puede concebir como la suma o producto de la voluntad libre y autónoma de la mayoría de los individuos que integran una población. De ahí el rechazo del jurista alemán a la democracia liberal y al Estado de Derecho fundados en las libertades individuales, el sufragio universal, directo y secreto, la separación de poderes y el control judicial de los actos estatales, y su defensa de la “democracia de masas”, aclamacionista y plebiscitaria cuya unidad se encarna en la figura del “Fhürer” (Hitler). 

En la concepción del jurista nazi la conducta y el pensamiento políticos no se pueden comprender desde los derechos, intereses y valores éticos de los individuos, pues el ámbito de lo político es una dimensión en la que toda pretensión de libertad por parte de los hombres se reduce a un interés privado antipolítico que, en el mejor de los casos, podría tolerarse. En ese sentido, para el “jurista del horror” (pensador temerario), la práctica del Estado de Derecho, inspirada en las libertades y derechos fundamentales de la persona humana, se presenta como una deserción de la lógica política, como esencial fallo político y como antipolítica.

Ante ese arraigo existencial en el Ser sustancial de cada pueblo particular, los conceptos de individuo y humanidad consisten en meras abstracciones y ficciones. Los elementos de unión y de singularización, naturalmente sustanciales, posibilitan también la distinción de enemigo y criminal, ya que enemigo es siempre y exclusivamente una “totalidad de hombres”: judíos, cristianos, negros, la burguesía, los contrarrevolucionarios, la derecha, etc., y como tal, es siempre un “enemigo objetivo” y “público”, cuya naturaleza constituye una negación de la naturaleza propia, de la que en caso necesario, hay que defenderse por la fuerza física.

En efecto, tal y como apunta Mark Lilla:

“El enemigo al que Schmitt se refiere es un enemigo público, no un enemigo privado: para él, una colectividad constituye un cuerpo político como tal únicamente cuando tiene enemigos. Si, como alemán, elijo Francia o Rusia para ser mis enemigos, no habrá rencor personal con respecto a un individuo francés o ruso, y su estética o moral personal serán para mí cuestiones totalmente indiferentes. La enemistad es una relación claramente definida que surgirá cuando, y sólo cuando, yo reconozca que hay ciertos grupos con algo existencialmente diferente y extraño que representa al otro… Si en el acto de distinguirse de sus enemigos está la esencia de la política, entonces la política implica la existencia de amenazas latentes y, en última instancia, la posibilidad de la guerra”[4].

Prueba de las amenazas latentes es el lenguaje de “ultraje” y “vituperio” que, en determinado grado de agravio verbal o escrito, impide cualquier posibilidad de un debate civilizado, pues el otro, el enemigo objetivo es un “cerdo”, una“alimaña”, un “gusano”. “Tras la concesión del premio nobel de 1958 a Boris Pasternak -escribe J. M. Coetzee (para dejar constancia ante la tendencia a la ‘amnesia histórica’)- principalmente por su novela El doctor Zhivago, V. Semichastni, primer secretario del Komsomol, comparó al autor con un ‘[cerdo] que ha ensuciado el lugar donde comía y ha cubierto de inmundicia a aquellos gracias a cuyo trabajo vive y respira’”[5].

Elías Canetti retrata de manera magistral las consecuencias de la aplicación de la ideología del “enemigo objetivo” por parte de los regímenes totalitarios:

“Quien quiere enseñorearse de los hombres busca rebajarlos: privarlos arteramente de su resistencia y sus derechos hasta que estén impotentes ante él, como animales. Como animales los utiliza: aunque no lo diga, siempre tiene dentro de sí muy claro lo poco que representan para él, frente a sus confidentes los calificará de ovejas o bueyes. Su meta última es siempre ‘incorporarlos’ y absorberlos. Le es indiferente lo que de ellos quede. Cuanto peor los haya tratado tanto más los desprecia. Cuando ya no sirven para nada se libera de ellos en secreto como excrementos, y se encarga de que no apesten el aire de su casa”[6] .

En ese contexto ideológico, nada de extraño tiene el “discurso del poder” y su acción represiva contra el “enemigo objetivo” desde hace 16 años, lo que explica la declaración del señor Maduro recogida por uno de los pocos medios de comunicación social independientes que aun quedan en esta desgraciada patria, con motivo del vil, cruel, alevoso y despiadado asesinato de un adolescente de 14 años, quien le suplicó a su verdugo que no lo matara:

“Luego de los sucesos que dieron lugar el 24 de febrero en San Cristóbal, donde un estudiante menor de edad resultó asesinado a manos de un PNB, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro ofreció sus condolencias a la familia de la víctima. Sin embargo, posteriormente insinuó que el joven Kliubert Roa pertenecía a una “secta de derecha[7].

Desde esa perspectiva es comprensible la frase: “Socialismo, patria o muerte”: “Quien se oponga y resista el socialismo no es patriota, por tanto, merece la muerte”.

……………………………………………..

Referencias: 

[1] Dedico a los integrantes de la MUD.

[2] El 1° de mayo de 1933, mientras era profesor de derecho en la Universidad de Colonia el “jurista del horror” se afilió al partido nazi. Hasta el día de su muerte, Schmitt se negó acerba y rotundamente a hacer un gesto de arrepentimiento por su colaboración ideológica con la “justificación” del Holocausto. No creo que miembro alguno de la “secta destructiva” sepa quien fue Carl Schmitt, y menos leído algo de su “obra”, pero así como Henrique Cardoso calificó en algún momento a Chávez Frías como “autoritario inconsciente”, también los protagonistas del proceso de destrucción del país son “nazis inconscientes” aunque el enemigo objetivo no sean las “razas inferiores” que puedan contaminar la pureza de la superior, sino todo aquel que se oponga y resista la imposición del pretendido “Socialismo del Siglo XXI”, patraña ideológica para enmascarar un régimen dictatorial, corrupto, podrido, perverso que sólo puede ser analizado a la luz de la Criminología, la Psiquiatría y el Derecho penal.

[3] Fijalkowski, Jürgen. La Trama Ideológica del Totalitarismo. Editorial Tecnos. Madrid, 1966, p. 279. La referencia a las normas generales prestablecidas es una crítica a la democracia parlamentaria y al liberalismo que, según Schmitt, pretende resolver los potenciales conflictos sociales en forma pacífica con fundamento en normas de convivencia. Y la alusión a la sentencia de un tercero desinteresado e imparcial no es más que la negación de la función de los jueces en la resolución de los conflictos con arreglo al Derecho para prevenir la violencia.

[4] Lilla, Mark (2005). Pensadores temerarios. DEBATE, Caracas, p. 65

[5] Coetzee, J.M. Contra la censura. DEBATE. España, 2005, p. 167. Recuérdese cuando Chávez Frías llamó “Cochino” a Capriles.

[6] Canetti, Elías. Masa y Poder.Muchnik Editores. España, 2005, p. 206.

[7] Disponible en http://www.lapatilla.com, edición del 25 de febrero de 2015.

Henrique Meier | Director del Área de Estudios Jurídicos y Políticos del Decanato de Estudios de Postgrado de la Universidad Metropolitana.
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